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miércoles, 24 de febrero de 2016

Hay miradas que derriten el Ártico.

Por los ojos oscuros que se perdían cada viernes en ese portal a los dieciséis.
Por la suerte de poder decir que todo lo que planeó allí, que todo lo que planearon, ha pasado.

Que vive en el número tres, en esa calle de la gran ciudad por la que moría.
Que pudo huir de la que la había visto crecer y se le había quedado tan pequeña.

Pero ni ella, ni nadie, hubiera imaginado que hoy estaría perdiendo la cabeza por volver a ella cada viernes.

Porque dijo nunca más y mírala al final. 

Y vuelve cada fin de semana a buscar lo que ya no tiene, a buscarse donde ya no puede.
Y a no encontrarse en ningún lado.

A darse cuenta que los ojos verdes que antes derretían, ahora congelan.
Casi tanto como se le ha congelado a ella el invierno desde que no los mira.

Pero aún así, se aferra a la idea de que cuando acabe...

Volverán a llamar.

Y se le agotan los días.
Y el domingo la maleta volverá a estar en la puerta.
Y sabe que no quiere irse, no ahora, no así.

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