La vida no sé elige.
El destino no sé fuerza, pero todos lo hacemos.
Nadie sabe donde estarás tú dentro de dos años o donde estaré yo.
Y una vez más fuerzo al destino y me niego a no aceptar que estaré en ese bloque número tres, en esa cuidad que tanto me pierde y que solo cinco paradas de metro me separaran de tí.
Quien sabe si ya te habré olvidado dentro de setecientos días o si el mundo ha girado a mi favor y lo veré todo más claro.
Tú ya has elegido tu camino, empieza tu nueva vida y ya no quieres saber de esta ciudad tan pequeña.
La comienzo a odiar ahora que salgo y no me cruzo con tus ojos.
112 kilómetros y mi boca que no para de buscarte.
Un caso perdido.
No nos damos cuenta que cada paso más es un paso menos, que acercarse o alejarse es relativo cuando las cosas dependen de una sola persona.
En este caso no sé decir si dependían de ti o de mi.
Solo sé que aquí me he quedado yo, en esta ciudad tan vacía ahora que no estás, con mis planes a medias y mil cosas por contarte.
También era día quince, pero del mes más triste del año.
Se cruzaron miradas y palabras a las cuatro y cincuenta y dos de la madrugada pero no me diste la respuestas a mis preguntas, ahí dependía de ti.
El haber tardado tanto, de mí.
No te culpo, no es fácil si me pongo en tu lugar.
Pero sabes una cosa, la culpa es mía, no soy fácil o soy esa cobarde que ha perdido lo que más desea y tu eres demasiado difícil para un corazón tan novato y vacío como el mío.
Podías haber ganado tanto, podíamos haber ganado juntos.
Eso es lo único que tengo claro.
No me hacía falta tocarte para saber que tus manos encajaban a la perfección con las mías.
A veces las cosas no salen como querríamos, eso es todo.